lunes, 28 de abril de 2014

Crónica de la carrera

Despertador a las 5h50. Con una cierta pereza, bajo a la cocina para desayunar un plato decente de pasta con tomate, el zumo de dos naranjas y un café con hielo.

Preparación: me pongo la malla azul bajo el pantalón e correr, los nuevos Medilast de compresión que parecen sentarle mejor que los Compresport a mis gemelos, y las nuevas Brooks Glycerin 11. Me cubro los pezones con gasas y esparadrapo. Pongo el dorsal torpemente a la camiseta de la maratón y la visto. Meto en la bolsa del guardarropa una muda de camiseta y una térmica y unos calcetines. También unas chanclas. Meto también cosas que utilizaré en carrera: gorra, cinturón porta-móvil, gafas de sol, botellitas de Glucosport, bote y sobres de gel frío, ungüento calentador, sobres de polvos energéticos y de recuperación, el cinturón de botellitas que me ha prestado Eduardo sumando medio litro de Isostar energía sabor naranja. También otro medio litro de agua. Prepara todo me ha llevado veinticinco minutos más de lo esperado. Salgo con la moto de casa a las 7h55’, apurado por el retraso. A las 8h20’ estoy aparcando en Atocha. No me dejan acercarme más.

Tras ponerme la crema para calentar los músculos de las piernas tiro cuesta arriba por Alfonso XII para buscar el guardarropa en el Retiro. Noto algo de carga en el periostio, pero intento relajarme para evitar mal rollo que lo empeore. Al dejar la bolsa en el guardarropa decido no llevar el cinturón de botellitas; sólo beberé lo que me den en los puestos. Me olvido de coger las gafas y de ponerme crema hidratante abajo. 

Sobre las 8h45’ arranco desde el Paseo de Coches para, trotando lentamente en dirección a la Bolsa y el Paseo del Prado, calentar previo a la carrera. Cuando llego busco el cajón, que encuentro sin dificultad, y el globo de 4h30’. No lo veo. Veo uno azul que dice 5h15’ unos cuarenta metros delante, y otro verde que dice 2h15’ treinta detrás. Hay muchos globos todos juntos, en ramilletes, pero no se lee lo que indican. Algo contrariado decido ir a mi ritmo, inicialmente 6h30’ por kilómetro independientemente de los globos.

Dan la salida y no he podido estirar nada. Me jode haber perdido 25’ en casa. A las 9h07’ paso por el arco de control de inicio; pongo el Suunto en marcha y me coloco los auriculares para que Runtastic me vaya diciendo el ritmo. Al final no me he creado una lista de canciones para la prueba, y hago que suene Casablanca 69, una colección de música de los 70 que preparé para una fiesta de viejos y buenos amigos con mas de 60 temas.

Es una delicia correr por la Castellana a esta hora, rodeado de tanta gente. Hay muchísimo extranjero, tanto corriendo como animando, y mucho corredor de fuera de Madrid. Muchos llevan sus camisetas de club, sus camisetas solidarias o personalizadas con nombres o mensajes. Hay gente de todas las edades y muchos grupos de pocas unidades. Nadie a mi alrededor quiere pasarse de ritmo, los adelantamientos son muy suaves.

Runtastic me dice que he recorrido el primer kilómetro en 6’30”. Como lo he arrancado unos cien metros antes del arco, el tiempo andando no debería contar. Voy más rápido de mi objetivo. A los dos kilómetros me dice que el el ritmo es de 6’4”, lo que confirma que voy casi 30” más rápido sobre plan. Pero voy a gusto, ninguna molestia, cómodo; me dejo llevar a continuar en este ritmo pensando que tal vez lo que ahorre ahora pueda usarlo después. Llegamos a las cuatro nuevas torres al final de la Castellana y todo fluye.

Volvemos a Plaza de Castilla y allí hay gran cantidad de público animando, es fantástico. Torcemos por Bravo Murillo y Runtastic me dice que estoy bajando de 5’50”/km. Aunque hago por suavizar la marcha, el cuerpo me dice que va todo muy bien. Tomo líquido antes de Cuatro Caminos igual que hiciera antes a la subida por Plaza de Castilla. A sorbos, bebo unos 150 ml de cada botella sin aflojar mucho el ritmo. Disfruto al ver que no me entra flato.

Torcemos por Raimundo Fernandez Villaverde. Todo el mundo va fresco; hay mucha energía ‘contenida’ alrededor. Noto esa contención que en parte se me contagia para volver a mi ritmo de 6’ mientras cruzamos el paso elevado de Nuevos Ministerios y subimos a la plaza de la República Argentina. De ahí, descendemos hasta coger Lopez de Hoyos y cubrir el kilómetro 13. En el 14 le pido a las asistencias en patines un poco de vaselina para evitar rozamientos entre muslos. Al colocármela, sin dejar de correr, me da un pequeño tirón en los pectorales. Aunque preocupado por ello, pienso que desaparecerá - cosa que hace al cabo de un par de kilómetros.

Ascendemos por Serrano para buscar el puente de Ruben Darío sobre la Castellana. Ahí justo se separan los de la media maratón, los de la camiseta verde. Dos grandes lenguas de corredores se separan de muy buen humor, y los de la negra cruzamos para coger Almagro, Alonso Martínez y ascender por Santa Engracia. Sabiendo que suelo sufrir en esta distancia tomo un Glucosport justo antes de la hidratación en Iglesia. Pasamos el 18 y voy muy bien. Tengo en la mente que hasta Sol esperaba que fuera un paseo. Cruzamos Quevedo y bajamos San Bernardo para subir por Gran Vía. Noto un poco de dolor en el hombro derecho. Me jode recordar lo estúpido que fui permitiendo que la fisio me estrujara los trapecios el miércoles. Le dije que tuviera cuidado con mi hernia cervical, pero de nuevo compruebo que les es imposible no amasarte los hombros en cuanto les dejas hacer.

Llegamos a Sol por el empedrado de Preciados. El ambiente es magnífico y disfruto de esta entrada majestuosa bajo el arco del km.19. Cogemos por Mayor para ir hacia la Catedral. El cuadriceps izquierdo me da un aviso. Confío que no sea nada.

Pasamos por delante del Palacio Real, el Senado y enfilamos hacia Ferraz. La subida es muy sencilla y arriba nos esperan los plátanos. Tomo un par de deliciosas mitades y un poco de isotónico y agua. Aunque se pierde algo de tiempo en el proceso, me maravilla ver que lo hago sin complicaciones. Tengo pequeñas molestias por hombro y piernas, pero me alegro por completar la media maratón en poco más de 2h6’; estoy en el plan. 

Bajamos por Rosales para tomar la cuesta abajo de Pintor Moret. A las molestias previas, que se han agravado un poco en el cuadriceps, se suma un mal rollo en el gluteo derecho. No me gustan nada las bajadas pronunciadas, y la del Parque del Oeste que precede a la entrada a la Avenida de Valladolid me ha fastidiado más de la cuenta. Lo acuso durante todo el recorrido por la avenida y el Paseo de la Florida; voy buscando las líneas rectas, las sombras, molesto. Cuando salgo de la Glorieta de San Vicente me descubro una gran rampa abajo que precede a la entrada a la Casa de Campo. Al fondo están entregando geles de Powerbar. Debo coger dos, porque sé que voy escaso de estimulantes. Bajo malamente, el gluteo me está dañando psíquicamente. Sólo cojo un gel, tonto me acuso. 

Cuando entro en la Casa de Campo empiezo a notar que las plantas de ambos pies y muy especialmente la parte anterior del izquierdo van muy mal. Sin embargo aun puedo adelantar a otros corredores y ello me hace esperanzarme de poder continuar si me relajo bajando el ritmo. Sigo corriendo rodeando el Lago. Cada pequeño resalte de asfalto sin conservación de la carretera se me hace insoportable. Los dedos del pié derecho duelen, mucho. Paso el kilómetro 28 y los soleos y tendones de Aquiles, repentinamente se suman a un coro de dolores musculares en ambas piernas. Aguanto bajando mucho el ritmo pero estoy muy mal. Un corredor a mi lado - Jaime dice su camiseta - se para y le dice a los que le animan que se le ha subido un gemelo y que se ha terminado. No sé porque pero yo también me paro. Acabamos de pasar el cartel del 29 y me acerco torpe a un árbol para estirar un poco. Apenas puedo coger mi pié izquierdo para tirar del cuadriceps. Vuelvo, ando y corro intermitentemente, desesperadamente. Salimos de la Casa de Campo, y me jode ver que no estoy recuperando. Intento correr cuesta abajo por la Avenida de Portugal y no soy capaz. Tomo agua e intento relajarme mientras ando lo más rápido que me permiten los dolores. Voy claramente descompensado: cuadriceps y hombro izquierdo y cadera/gluteo derecho, ambos abductores a la altura de la pantorrilla, y los pies gimiendo. Maldigo el momento que decidí usar las plantillas antiguas, pero me rio al ver que las tibias están nuevas y que la espalda no me duele. Lo que me ha apartado de los entrenamientos los últimos días hoy se abstiene de dar guerra, jajaja.

Al cruzar el Puente de Segovia leo un cartel que agitan unos abuelos jóvenes y unos niños muy guapetes: “Arriba, Sigue Papi, Eres un crack”. No se porqué un mensaje tan simple me hace llorar. Llorar de verdad. Corto las lágrimas mientras me esfuerzo por andar lo más rápido que puedo.

Arranco a correr nuevamente por el Paseo de la Ermita del Santo, justo tras el cartel del kilómetro 31.  Desgraciadamente es un espejismo, debo volver a caminar antes del 32. Antes de cruzar el puente de San Isidro hay una tienda de asistencia y están extendiendo crema a un corredor. Pienso que es algo frío y pido que me apliquen al cuadriceps. Resulta ser vaselina. No veo ya más que dolor. Me olvido de hacer el homenaje que quería rendir al estadio del Atlético en nombre de mi amigo Enrique. Me olvido de disfrutar del nuevo aspecto del Manzanares; de hecho, olvido todo lo que no sea yo mismo.

Desde aquí al Price, en el Paseo de Embajadores, todo es un mal sueño - extrañamente corto, ahora mismo - donde se mezcla el dolor, la rabia con lágrimas, el deseo de llegar ya a Atocha, de intentar correr más de diez pasos seguidos, de ver otros que como yo se arrastran para terminar y otros más que van a su ritmo, lento y esforzado, envidiable. Llevo ya casi cuatro horas y no veo el final. Empiezo a pensar que me va a pillar el coche escoba, y no quiero y me tenso más. 

Frente al renovado circo estiro lo que puedo, pero no mejoro nada. Continuo andando cada vez más despacio, y atravieso Atocha. Busco desesperadamente asistencias, tiendas donde me puedan aplicar algo para mitigar el sufrimiento, pero ya no hay nada. Deben estar con la masa de corredores adelante. Pienso que me voy a romper, mientras veo pasar a cámara lenta los edificios frente al Museo del Prado. Y de repente me doy cuenta que no podré llegar a Goya, que es absurdo seguir como voy. Así que en Neptuno tiro la toalla. Con rabia, llorando, salgo del Paseo y subo para intentar llegar a meta. Sólo pienso en recoger mis cosas del guardarropa, así de simple.

En este camino no hay corredores. Me siento extraño. Debo estar peor de lo que pienso, porque me descubro andando erráticamente más de una vez. No puedo andar pero tampoco parar. Sin saber cómo he llegado al Estanque del Retiro. El dolor de piernas se ha escondido, ahora me duele el pecho y tengo un intenso hormigueo en los dedos de las manos. Me preocupa pensar que puedo estar sufriendo un ataque o un golpe de calor.

Llego a la recta de meta y veo que allí están separando corredores sin dorsal. Pregunto a uno de seguridad si puedo entrar por ahí. Tras mirar y ver que llevo camiseta, dorsal, y muy mala cara - supongo, me dice que sí, que pase. Andando atravieso la meta: 4h55’ dice el crono oficial. Me dan un Powerade que bebo de un sólo trago y le pregunto a uno del Samur si debo preocuparme por el dolor en el pecho y el hormigueo. Me dice que no, que vaya donde los fisios. Recojo más agua, una bolsa de provisiones y un plátano  que me como antes de que se enfríe. Me preguntan si quiero una foto y contesto que no la merezco. Me dan la medalla conmemorativa, y en ese momento me juro que no presumiré de ella ni usaré la camiseta mientras no tome revancha y termine un Mapoma realmente.

Me arrastro a los fisios. Veo una cola enorme y sé que no podré mantenerme en espera. Milagrosamente aparece Álvaro, el podólogo del Mapoma, y le llamo y le digo que me ayude, que me caigo sin remedio. Me recoge y me ayuda a entrar. No puedo usar las piernas más que para dar pequeños pasos adelante. Intentan subirme a una camilla pero no puedo así que me llevan al césped de atrás donde intentan restablecerme con hielo y elevando las piernas. Tengo un frío tremendo. Álvaro decide que me trasladen a las tiendas del Samur, así que vienen con una silla de ruedas y una manta y me sacan de allí. En el camino veo a mis hijos Marta y Pablo, a los que no esperaba. Me alegro infinitamente, mientras veo sus caras de asombro y preocupación.

Por no alargar el final, diré que me tratan perfectamente: entre Samur y fisios consiguen que pueda volver a (mal)andar. Una silla me deja en la puerta de Torre de Valencia, con Pablo, y tras una larga espera Marta nos recoge con el coche. Ha sido un orgullo verlos allí, son grandes. Pablo me anima aunque no hable; es así, sólo con tenerlo cerca me hacer sentir bien. Me ayuda con todo y se muestra curioso con todo lo que pasa. Nos hemos quedado sin batería en el móvil y lo resuelve sencillamente para que podamos decirle a Marta dónde esperamos. Y Marta llega, siempre llega, con su gran carácter, sin fallos. Y francamente me siento reconfortado con ellos en la rabia del esfuerzo fallido.

Me he sentido muy muy mal. Álvaro dice que he podido tener algún problema de minerales (magnesio o potasio), y yo creo que además se ha sumado una mala elección de plantillas y la sombra del Muro ha hecho el resto. Se que volveré, espero que habré aprendido una lección.

Fallé

Esta primera vez la Marathon ha podido conmigo. En el kilómetro 38 he abandonado, después de nueve kilómetros de infierno. He llorado. Volveré para intentar vencerla.

Miro atrás y veo muchos errores. Probablemente no los vea todos, pero si anotar los que reconozco me puede ayudar con mi futura revancha, me pongo a ello con intensidad.

Lo primero de todo, he subestimado la dureza de esta carrera. En lo íntimo, he estado siempre convencido que sería fácil terminar de cualquier forma, en cualquier tiempo, si lo intentaba. Y no es cierto ya para mi. Los deseos no te llevan corriendo 42 kilómetros. El sufrimiento de los entrenos me debería haber enseñado mucho más. Ahora recuerdo el intenso dolor de aquellos 88 en los que no podía de ninguna forma mantenerme en la bicicleta, y veo que lo he olvidado estúpida y negligentemente.

Me acuso: he sido complaciente conmigo mismo. No he sabido alcanzar un peso que diera garantías, me he dejado llevar por el hambre y la gula y he mantenido un peso constante entre cuatro y seis kilos por encima de lo deseable. Además, me he ido dejando llevar en las últimas semanas y me he perdonado lo más doloroso de los entrenamientos, con la excusa (difícilmente reprochable) de las lesiones o por los comentarios de gente del grupo con el que entreno. En estos defectos no me reconozco, no suelen formar parte de mi carácter, si bien es cierto que nunca había emprendido una meta que requiriera de tanto esfuerzo de adaptación y sufrimiento durante meses.

Segundo, he improvisado en las últimas semanas, los últimos días, en las últimas horas, en los minutos finales. Es un error típico de mi carácter. A veces funciona y es una maravillosa sensación de adaptación. Pero cuando lo que está en juego tiene grandes riesgos, es una estupidez. El caso más sangrante de improvisación, uno de los principales causantes del fallo ayer, es la decisión de qué plantillas usar el día de la carrera. Ante la imposibilidad de tener mis últimas plantillas corregidas en tiempo, calcé las antiguas, sin recuerdo de si me iban bien o mal, sin la seguridad de recordar porqué motivo dejé de usarlas. Hay otras decisiones tomadas a última hora que me han perjudicado enormemente:

- Cambiar el plan de ruta en base a sensaciones de último momento. Los días previos tenía decidido correr la primera media carrera a un ritmo de 6’30”/km. Sobre la marcha cambié mi propio plan y los hice en 6’/km.
- Cambiar las medias de correr por unas de compresión de Medilast adquiridas la tarde anterior a la carrera. No puedo saber la parte de responsabilidad, pero la incomodidad en los tendones de Aquiles notada tras el kilometro 29 pueden tener relación con ese cambio.
- Usar unas zapatillas que tan sólo tenían 15 kilómetros de uso. Pese a ser un modelo nuevo de mi zapatilla preferida, la Brooks Glycerin, es posible que mis pies no se hayan sentido cómodos por este cambio también.

Tercero, he seguido un plan de entrenamiento que no me ha ido bien, y no he sabido tomar las decisiones acertadas en su momento para corregirlo. El porqué no me ha ido bien se refleja en varios aspectos:

- No he disfrutado de salir a entrenar. Los ritmos eran tan altos para mi que hacían muy duro completar con éxito los objetivos. Correr sólo ha hecho más duro si cabe el asunto.
- Me he lesionado por sobrecarga. La periostitis que he sufrido - por primera vez en la pierna derecha - tienen más que ver con una sobrecarga muscular que con un defecto plantar. He debido interrumpir los entrenamientos en dos periodos, el primero de 10 días y el segundo de casi veinte.

Sin duda, la elección inicial del objetivo ha sido equivocada por mi parte. Plantear terminar en cuatro horas ha sido otra estupidez. La regla de que el tiempo objetivo debería ser el doble del que tengas en la media más 10-20 minutos puede ser cierta para muchos, pero no para un tío de mi edad que lleva dos años sin correr una media maratón exigente y su primera es el sube y baja del Mapoma. Mi objetivo debieran haber sido 4h30’ o 5h para ser mi primera.

Pero es que además hasta ayer no había pasado de correr 21km o 2 horas. Y como se ha demostrado en los entrenamientos, me he arrugado cuando se trataba de sufrir. No podía esperar que el ambiente el día de la marathon me llevara en volandas.

Cuarto, no he sabido/podido recuperarme de las lesiones. Durante la carrera han aparecido lesiones que creía olvidadas. Sin embargo, no he sufrido de ninguno de los tibiares, ni de la espalda, mis últimas dolencias. Quizás han quedado ocultas por el intenso dolor en el cuadriceps izquierdo o el glúteo derecho, los abductores o el hombro y trapecio derecho. Todas ellas son lesiones antiguas, semiolvidadas o relegadas negligentemente, que han elegido el momento de mayor sufrimiento para reaparecer. ¿Se hubieran mostrado si mi preparación y mi equipamiento hubieran sido los adecuados? esto es algo que hoy no puedo contestar.

Quinto, no he sabido ilusionar a mi familia y amigos y sumarlos a mi proyecto. He querido ser yo mismo, humilde, autosuficiente, heroico...pero también estúpido y egoísta. Porque ahora que reflexiono, no he contado con esos ánimos que te hacen correr otros tres kilómetros, o con el apoyo de mi hijo, con el que inicialmente soñaba recorrer 10 kilómetros en el entorno del Muro, o con la complicidad de algún buen amigo que quisiera embarcarse en este mismo proyecto. Pienso mientras escribo, que es probable que esto debiera estar en segunda posición por importancia, sólo precedido por los errores de improvisación.



Tengo intención de volver a intentarlo, pero ahora no aseguro que alguna vez llegue a conseguirlo. Y esto no lo digo por humildad, sino porque no creo que sea capaz de poner la intensidad que yo requiero - por edad, condición y estado ruinoso del aparato trotador - para preparar con garantías una prueba de esta magnitud.