Esta primera vez la Marathon ha podido conmigo. En el kilómetro 38 he abandonado, después de nueve kilómetros de infierno. He llorado. Volveré para intentar vencerla.
Miro atrás y veo muchos errores. Probablemente no los vea todos, pero si anotar los que reconozco me puede ayudar con mi futura revancha, me pongo a ello con intensidad.
Lo primero de todo, he subestimado la dureza de esta carrera. En lo íntimo, he estado siempre convencido que sería fácil terminar de cualquier forma, en cualquier tiempo, si lo intentaba. Y no es cierto ya para mi. Los deseos no te llevan corriendo 42 kilómetros. El sufrimiento de los entrenos me debería haber enseñado mucho más. Ahora recuerdo el intenso dolor de aquellos 88 en los que no podía de ninguna forma mantenerme en la bicicleta, y veo que lo he olvidado estúpida y negligentemente.
Me acuso: he sido complaciente conmigo mismo. No he sabido alcanzar un peso que diera garantías, me he dejado llevar por el hambre y la gula y he mantenido un peso constante entre cuatro y seis kilos por encima de lo deseable. Además, me he ido dejando llevar en las últimas semanas y me he perdonado lo más doloroso de los entrenamientos, con la excusa (difícilmente reprochable) de las lesiones o por los comentarios de gente del grupo con el que entreno. En estos defectos no me reconozco, no suelen formar parte de mi carácter, si bien es cierto que nunca había emprendido una meta que requiriera de tanto esfuerzo de adaptación y sufrimiento durante meses.
Segundo, he improvisado en las últimas semanas, los últimos días, en las últimas horas, en los minutos finales. Es un error típico de mi carácter. A veces funciona y es una maravillosa sensación de adaptación. Pero cuando lo que está en juego tiene grandes riesgos, es una estupidez. El caso más sangrante de improvisación, uno de los principales causantes del fallo ayer, es la decisión de qué plantillas usar el día de la carrera. Ante la imposibilidad de tener mis últimas plantillas corregidas en tiempo, calcé las antiguas, sin recuerdo de si me iban bien o mal, sin la seguridad de recordar porqué motivo dejé de usarlas. Hay otras decisiones tomadas a última hora que me han perjudicado enormemente:
- Cambiar el plan de ruta en base a sensaciones de último momento. Los días previos tenía decidido correr la primera media carrera a un ritmo de 6’30”/km. Sobre la marcha cambié mi propio plan y los hice en 6’/km.
- Cambiar las medias de correr por unas de compresión de Medilast adquiridas la tarde anterior a la carrera. No puedo saber la parte de responsabilidad, pero la incomodidad en los tendones de Aquiles notada tras el kilometro 29 pueden tener relación con ese cambio.
- Usar unas zapatillas que tan sólo tenían 15 kilómetros de uso. Pese a ser un modelo nuevo de mi zapatilla preferida, la Brooks Glycerin, es posible que mis pies no se hayan sentido cómodos por este cambio también.
Tercero, he seguido un plan de entrenamiento que no me ha ido bien, y no he sabido tomar las decisiones acertadas en su momento para corregirlo. El porqué no me ha ido bien se refleja en varios aspectos:
- No he disfrutado de salir a entrenar. Los ritmos eran tan altos para mi que hacían muy duro completar con éxito los objetivos. Correr sólo ha hecho más duro si cabe el asunto.
- Me he lesionado por sobrecarga. La periostitis que he sufrido - por primera vez en la pierna derecha - tienen más que ver con una sobrecarga muscular que con un defecto plantar. He debido interrumpir los entrenamientos en dos periodos, el primero de 10 días y el segundo de casi veinte.
Sin duda, la elección inicial del objetivo ha sido equivocada por mi parte. Plantear terminar en cuatro horas ha sido otra estupidez. La regla de que el tiempo objetivo debería ser el doble del que tengas en la media más 10-20 minutos puede ser cierta para muchos, pero no para un tío de mi edad que lleva dos años sin correr una media maratón exigente y su primera es el sube y baja del Mapoma. Mi objetivo debieran haber sido 4h30’ o 5h para ser mi primera.
Pero es que además hasta ayer no había pasado de correr 21km o 2 horas. Y como se ha demostrado en los entrenamientos, me he arrugado cuando se trataba de sufrir. No podía esperar que el ambiente el día de la marathon me llevara en volandas.
Cuarto, no he sabido/podido recuperarme de las lesiones. Durante la carrera han aparecido lesiones que creía olvidadas. Sin embargo, no he sufrido de ninguno de los tibiares, ni de la espalda, mis últimas dolencias. Quizás han quedado ocultas por el intenso dolor en el cuadriceps izquierdo o el glúteo derecho, los abductores o el hombro y trapecio derecho. Todas ellas son lesiones antiguas, semiolvidadas o relegadas negligentemente, que han elegido el momento de mayor sufrimiento para reaparecer. ¿Se hubieran mostrado si mi preparación y mi equipamiento hubieran sido los adecuados? esto es algo que hoy no puedo contestar.
Quinto, no he sabido ilusionar a mi familia y amigos y sumarlos a mi proyecto. He querido ser yo mismo, humilde, autosuficiente, heroico...pero también estúpido y egoísta. Porque ahora que reflexiono, no he contado con esos ánimos que te hacen correr otros tres kilómetros, o con el apoyo de mi hijo, con el que inicialmente soñaba recorrer 10 kilómetros en el entorno del Muro, o con la complicidad de algún buen amigo que quisiera embarcarse en este mismo proyecto. Pienso mientras escribo, que es probable que esto debiera estar en segunda posición por importancia, sólo precedido por los errores de improvisación.
Tengo intención de volver a intentarlo, pero ahora no aseguro que alguna vez llegue a conseguirlo. Y esto no lo digo por humildad, sino porque no creo que sea capaz de poner la intensidad que yo requiero - por edad, condición y estado ruinoso del aparato trotador - para preparar con garantías una prueba de esta magnitud.
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