Ayer, justo antes de salir, me llama Enrique Bravo que si nos damos un paseíto hoy miércoles. De mil amores, pero le pido que baje el ritmo que hoy me toca descanso. Quedamos a las 9:00 para hacer un par de horas de marcha para subir al Picazo, un precioso vértice geodésico situado en el perfil de la cadena que corona Hoyo de Manzanares.
Hemos dejado el coche en La Berzosa a eso de las 9:30, acompañados por Duna, su Westie terrier todoterreno a la que ha acostumbrado a trepar desde los 6 meses.
Una mañana genial, soleada y fresca. Como siempre, nos lanzamos a caminar por los senderos hablando de todo, lo divino y lo humano, lo personal y lo mundanal. Y como sin enterarte, pese a haber disfrutado de lo exhuberante del camino resultado de estos días de lluvia, a eso de las 10:47 nos plantamos en El Picazo, anotando en el pequeño diario que allí se conserva, al pié de una virgen y una gran cruz blanca, nuestra presencia. Según Enrique, hemos salvado un desnivel de 400 metros desde donde dejamos el coche.
Después de disfrutar de las vistas de La Pedriza, Bola del Mundo y Maliciosa, Abantos, Gredos al fondo, Hoyo y su entorno, El Pardo y Madrid a lo lejos, volvemos para coger el coche y, sin dejar de hablar un minuto, cerrar la excursión a eso de las 12:30 ya en Torrelodones.
No sé si será bueno para las piernas esto de usar los días de descanso en ascensiones de tres horas, pero lo que sí tengo claro es que la compañía de Enrique y la charla merecen muy mucho el potencial riesgo. Así que hemos quedado en escalar un poco La Pedriza la semana que viene. No es Marathon, pero sienta divinamente :).
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